Pues llegaba el momento, estábamos
en puertas de empezar nuestro gran proyecto (menos de 2 meses) y… cataplam…
carajazo por todo lo alto. El puñetero coronavirus y sus aliados (la brutal incompetencia
de los dirigentes occidentales) nos dejan en dique seco.
Está claro que es el momento de
atrincherarnos en la cueva y esperar que pase el chaparrón por nuestra propia
seguridad y la de los demás. Todos tenemos que aportar y ayudar en lo que podamos.
Lo que no tengo claro es que
mundo nos vamos a encontrar los viajeros cuando todo pase. Estábamos en un
momento en el que muchos países habían relajado las fronteras, eliminado
visados, abierto sus puertas al mundo. Mucho me temo que, tras el aislamiento
que se está produciendo ahora, tardaremos en volver a esa situación. Y no
olvidemos que España se ha convertido en un país tóxico. Somos sinónimo (junto
a Italia y ya veremos cuantos más de nuestro “maravilloso” occidente) de caos, catástrofe
y peligro.
En un principio habíamos pensado
saltarnos China, después nos preocupaba Corea pero desde primeros de marzo me veía
venir que el gran problema seríamos nosotros y así ha sido. Por suerte hemos
podido cancelar algunas reservas (alojamiento, alquiler de coche, vuelos) que
teníamos sin perder mucho dinero.
¿Y ahora qué? Pues como he dicho
esperar a que pase el “bicho” y adaptarnos a las circunstancias. Cambiar fechas
y probablemente dividir el viaje en varios para poder llevar mejor los temas
burocráticos y evitar los fenómenos climáticos (monzones, tifones, inviernos fríos,
huracanes,…) que te pueden complicar el viaje. Y desde luego no rendirnos y
tirar palante cuando sea posible. Sin prisa pero sin pausa.