Pasaron cuatro años hasta 1999
para que pudiéramos volver a pegarnos
otra escapada. Aunque esta vez fue por todo lo alto. Nada menos que Egipto, un
país con el que soñábamos desde hacía mucho y que veíamos como algo
inalcanzable. Pero lo alcanzamos y no nos defraudó, es más llegó a
sorprendernos.
Jorge ya había crecido y nosotros
madurado un poquillo, lo que nos permitió sacar mucho provecho al viaje. Además
conocimos a un grupo estupendo de gente con los que nos divertimos muchísimo. Hoy
día, 20 años después, aún mantenemos una buena amistad con algunos de ell@s.
Fueron quince días increíbles con
su crucero por el Nilo, la escapada al Mar Rojo y la inmersión total en el caos
de El Cairo. Calor, mucho calor, de día y de noche. Bazares, pirámides,
templos, estatuas, snorkel, camellos, trapicheos, fiestas, comidas buenas y
malas, museos brutalmente caóticos. Todo dejó su huella en nosotros pero lo que
nunca podré olvidar es lo la emoción que sentí al ver por primera vez el arte
egipcio en el templo de Edfú. Después vinieron maravillas: Assuan, Tebas,
Luxor, Karnak, el valle de los reyes, el palacio de Hatshepsut, Giza, … pero
nada como aquel primer momento.
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